Florezcan Los Gorros es un festival independiente de arte que se realiza en un campo (llamado prercisamente Los Gorros) en la zona de Salliqueló. En su blog (recomendable visita, para ver buenas fotos del lugar y darse una idea) explican que “surgió de la necesidad de una reactivación artística en Salliqueló; compartir en un contexto virgen de pura naturaleza, buena música, contemplar buenas obras y pasar todo un día de festejo con nuestra gente”.
El fin de semana pasado fue la segunda edición, que contó con la presencia de 14 bandas (siete por jornada), entre las que había locales, de la región (Casbas, Tres Lomas) y 3 de La Plata: La selva de Miguel, De cuajo y Argonauticks. Es destacable la cantidad de público que acompañó las dos jornadas, como también el hecho de que (salvo las bebidas, que las vendían los organizadores) los puestos de venta de comidas y el estacionamiento fueron administrados por instituciones locales.
La bambalina
A unos 90 kilómetros de Trenque Lauquen, la ruta 85 pasa por el camino de acceso a Salliqueló. Apenas unos metros después de doblar se alza una enorme arcada que anuncia: Capital Provincial del Novillo Tipo. Es un buen anuncio teniendo en cuenta que son las 12 de la noche y que atrás quedaron 7 horas de viaje. Se festeja esa llegada, aunque todavía falta un poco, muy poco. Este acceso desemboca en la rotonda de entrada al pueblo, y ese es un buen lugar para esperar al guía.
Fran Muñoz (integrante de Argonauticks, de La selva de Miguel y de De cuajo, oriundo de esta zona) es el encargado de actuar como anfitrión. Cuando llega a la rotonda y distingue tres personas a la espera, baja del asiento del acompañante con el coche todavía en movimiento. Un saludo rápido pero efusivo y un “vamos, vamos, la fiesta está a pleno”.
La sorpresa aparece cuando lo esperado (o esperable) difiere de lo que ocurre en realidad. Cuanto mayor es la diferencia, mayor es también la sorpresa. Además, si lo real es menos que lo esperado, la sorpresa será desencanto. Por ejemplo, si en la parrilla quedan tres o cuatro huesos pelados, la desilusión cunde. En cambio, si lo que ocurre es que la parrilla está colmada, y además tiene el tamaño de una cama de dos plazas, y además hay cerveza, luces, escenario, mucha gente en un parque muy grande con sectores arbolados, planicie convertida en pista, bancos donde amortiguar el cansancio... Bueno, eso si que es una sorpresa positiva para quienes esperaban un asado, un simple asado. Sorpresa que incluso hace pasar por alto el hecho de que Argonauticks y La selva de Miguel tocaron hace un rato. No importa. Los veremos el sábado y el domingo. “Esto es la previa, apenas”, anuncia alguien. La sorpresa, entonces, se convierte en expectativa. ¿Cuánto más nos deparará este amable pueblo que en apenas diez minutos brinda semejante felicidad?
"Levantarse" y "asado". Apenas esas dos palabras se distinguen entre la modorra del mediodía, y no hay mejor manera de despertar. En apenas unos minutos, con el sol picando en pila, se inicia un viaje de casi 40 kilómetros por camino arenoso que llega hasta una estancia. Quincho, pileta, parque enorme, y después del chapuzón el aviso: el asado está listo. Otra vez, en algo más de 12 horas, desfilan carnes, cervezas y fernet. Si alguno quiere puede volver a la pileta, o puede dedicarse a los deportes extremos, o quedarse a la sombra con la guitarra. Y todavía no llegamos a lo que vinimos.
El escenario
Al caer la noche la primera banda platense se apresta para debutar en el festival. La voz de Matías Greco bien puede transmitir el ruego de la propia tierra partida de sequía: “si viene viento del este cae lluvia como peste”. Pero el viento es (aún en esta noche de sábado) una bocanada constante de aire caliente que no aporta lluvia ni frescura. La selva de Miguel se presenta en versión elástica por las ausencias de Vacho Gamboa (charango) y Fernando Muto (percusión). Los lugares (ya que no los instrumentos) son ocupados por el Tano Riccardo Dessupoiu y Nico Raffino (voz y teclados de Argonauticks, respectivamente).
Los ensayos/zapadas de la tarde hacen que la inusual formación funcione perfectamente, desde la apertura (que es precisamente una zapada vespertina subida al escenario nocturno) hasta el cierre, con tramos coreados por un público local que, evidentemente, ya los tiene más que escuchados. Los aplausos hacen que La selva de Miguel se quede por un par de temas más, y entonces aparecen Police on my back y I faught the law (versiones preparadas para La Plata Calling y que prometen adherirse al repertorio habitual) para cerrar el set.
La bambalina
En algún momento la noche terminó. En algún momento se hizo de día, y el sol volvió a derretirlo todo. Hace falta agua. No sólo en la tierra cuarteada, también en el garguero afiebrado de resaca. El domingo al mediodía Salliqueló está tranquilo. Muy tranquilo. Calles muy anchas desiertas, todas las persianas cerradas para mantener frescas las casas. Por arriba de los techos se ve lejos, muy lejos, casi hasta el horizonte. Un cielo limpio, ya que ni nubes ha dejado este viento persistente.
Desde lejos llegan novedades: los resultados de la encuesta organizada por Twitrock consagraron a La selva de Miguel como banda revelación (además de conseguir también los rubros Mejor video y Mejor arte de tapa). Por si las buenas noticias fueran pocas, los organizadores del festival avisan que sale el lechón a la parrilla y los corderos al asador. Un bocado, agua (todavía) fresca, y se irá la tarde.
El escenario
“...una luna llena de cráteres lejanos...” cantan Fran Muñoz y Matías Monzón. Las voces se entreveran al viento, las acústicas se complementan en una atmósfera spinettiana. Un sonido muy limpio, con melodías simples y arreglos (de voces y de instrumentos) bien trabajados. El dúo es y no es, porque ocasionalmente acompañan Nico Raffino con el teclado y Joako Caminos con la percusión.
Alguna vez definieron que el nombre De cuajo les viene del estilo de las composiciones: personales, arrancadas de lo más profundo. Con los temas de su disco logran crear un clima íntimo incluso en este lugar, muy grande, al aire libre, y con muchisima gente.
La bambalina
El VIP es un living a tono con el entorno: paredes de tamarisco, piso arenoso, sillón de tronco cuya inclinación refuerza la gravedad y hace casi imposible ponerse de pie. Como mínimo, una buena excusa para los que ya encuentran dificultades para mantenerse parados.
Un tremendo tablón es la perfecta mesa de catering criollo, donde un tano amigable se abalanza sobre los restos de un cordero. Carga energía que dentro de un rato derrochará sobre el escenario del festival. Mientras tanto, suena como un grito tribal: “Trumpet, trumpet”. Alguien pide fuego, alguien trae cerveza, se armó.
El escenario
Hace un buen rato que el Nori mira con deseo la consola, con un dejo de nostalgia, con un lagrimón asomando, con un hilillo de baba en la comisura de los labios. Se quería dar el gusto y lo consigue. Cuando Argonauticks sube al escenario el Nori se ubica frente al tablero de sonido, y como el Mano del Eternauta activa botonitos acá y allá. El resultado: un sonido impecable, magistral, trascendente. Hay quienes dicen que a varios kilómetros podían escucharse los acordes argonauticos llevados por el viento.
Ese sonido es el complemento ideal para el excelente show de Argonauticks. Funk, si, pero que por los bordes derrama diversos estilos. El bajo de Matías Castro a veces asoma jazzero, el teclado de Nico Raffino hace colchones pero también tira algún ritmo ska, y la guitarra de Fran Muñoz rockea, rockea y rockea. Joako Caminos maravilla cuando van a enganchar London calling y desde la batería hace malabares entre los platos. La banda queda suspendida en ese sonido y arremete con la versión de los Clash. El Tano disfruta, sonríe, baila y canta. Ya habrá tiempo para bajar el entusiasmo.
Telón final
Queda poco. Pero como despedida, el cielo de Salliqueló se muestra limpio, en todo su esplendor, coronado por una luna, llena, luna llena de cráteres lejanos.
Dicen que todo viaje transforma, que no se regresa como se partió. Claro que la magia no está en el final del camino, pero tampoco está en el recorrido. La magia está en los viajeros.
Las fotos son de Juliana Celle, según la encuesta ya mencionada de Twitrock, una de las periodistas del año.
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